- CUENTOS ENTRE COMIDAS 2

SERES HUMANOS 2011

¿Me parece a mí o los seres humanos estamos cambiando? Hay cosas que ya quedaron obsoletas. Ahora vivimos en un mundo que busca más, también que encuentra menos, pero por lo menos busca. La gente ya está informada, ya sabe. Desde el medio del Machupichu a Picadelli Circus, en todos lados hay gente que sabe. Las mujeres ya saben lo que quieren. Los hombres ya saben lo que quieren y también lo que quieren las mujeres. Ya sabemos que hay lugares del mundo que están viviendo un infierno. Ya sabemos que no hacemos nada por solucionarlo porque “sólo somos nosotros” pero que algo hay que hacer. Que alguien haga algo. Todos ya sabemos que la felicidad es un momento que hay que disfrutar mucho porque la vida es dura. Eso también lo sabemos. Y complicada también. Ya todos sabemos que la vida es corta y que hay que disfrutarla. Sabemos que tenemos que cuidarnos mucho y cada vez más, porque enfermedades terribles nos acechan a la vuelta de la esquina. Los seres humanos en el 2010 ya sabemos cosas. Sabemos lo malo, no nos asustamos con poco, sabemos lo bueno y qué tan bueno puede ser. Los niños ya piensan en grande y cuando sean grandes quién sabe como pensarán. Los adultos son cada vez más adultos, un mundo muy competitivo, hay que estar al día, hay que ser bello y joven, hay que cuidarse, hay que hacer yoga, comer fruta, tomar poco, intentar no fumar, mejor no drogarse, porque ya sabemos, que por ahí no es.
En el 2010 ya venimos viviendo hace años un aprendizaje muy veloz. Que no espera. Ya lo sabemos. Así como ya sabemos que los políticos no nos gustan, que se repiten en sus mensajes vacíos, que si engordamos es porque comemos, que el sol hace daño y no es broma, que la gente se muere de hambre en algunas regiones y es una tragedia, que los amaneceres en la playa son lo más parecido al paraíso que viviremos y que la publicidad, miente. Los seres humanos del 2010 somos más expertos en vida que antes. Con esa extraña fruncida de entrecejo que acompaña las expresiones más maduras. Por eso nos matamos más y nos importa menos la gente.


¿CUÁNTOS AÑOS TIENES? 




Angustiante la vida. Nacemos y uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece años y como marionetas manejadas por padres, maestros, consejeros varios, en fin, no tenemos mucha decisión. Luego llegan los catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho y ya empezamos a utilizar otras armas. Somos como monitos con unas tijeras bien afiladas en las manos y bien cogidas por el mango. No sabemos mucho de qué va la cosa, pero ahí estamos. Diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro y nos vamos haciendo "humanoides", cortando con las mismas tijeras, lienzos más gruesos. Etapa peligrosa, se destruye tu vida o se hace maravillosa. Quien sabe. Grandes decisiones. No todas, pero muchas. Y después veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve... ahí guardamos las tijeritas que ya sabemos que cortan, pinchan y escuecen y nos ponemos a pagar cuentas, a bajar la pelota al piso, a encarar un poquito, porque ya nos hemos cortado un par de veces y nos hemos tropezado una y dos y hasta tres veces con la misma puta piedra que parece como si algún espíritu travieso la moviera de lugar para hacernos quedar en ridículo. Treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, gran trauma gran, llegamos a la treintena. Esa cifra horrible a la que pensamos que nunca llegaríamos y que sólo cuando tenemos cuarenta años pensamos que no era tan mala. Treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, más vale que hayas hecho algo muy productivo y muy bueno con tu vida o te vas a querer matar por algunos años hasta que lo hagas. Si más o menos has logrado tener una familia, un trabajo y algo de dinero como para seguir siendo un esclavo, pero un esclavo con suerte, ahí cambia la cosa. Ahí pasas a ser un tipo, que si bien no entiende por qué está parado en este mundo ni lo que hace peleando contra Ángeles y demonios desde que nació, es un tipo “realizado”. Es decir, pensará que está, comparado con los demás, “realizado”. Si no, se querrá morir.
Treinta y nueve. Un CAPÍTULO a parte. Voy a dejar mis treinta y voy a tener cuarenta primaveras en mi haber. Que se dicen pronto. Soy una mierda, no existo, no sé que mierda hago en este mundo de mierda y además, haga lo que haga me lo cuestiono todo porque mañana... ¡¡¡voy a tener cuarenta!!! Voy a ser un cuarentón o lo que es peor... Dios, no puedo ni decirlo... ¡¡¡una cuarentona!!! Y lo que haya conseguido ser hasta ese momento, ya no lo voy a poder cambiar. ¿Soy soltera? Seré una solterona. ¿No tengo hijos? Seré una no-madre. ¿Soy gorda? Seré una gordinflona. ¿Tengo celulitis? Seré una celulitona.
Luego... cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siente, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve. Todo lo mismo. No creo que alguien de cuarenta supere sus cuarenta, hasta los cuarenta y nueve, que como pasa a tener cincuenta. Oh Dios. CAPÍTULO a parte. Y así hasta morir. Cincuenta, sesenta, setenta... ojo... a  los ochenta cambia la cosa. Ochenta nos dan sabiduría. La sabiduría de tener ochenta. Ochenta y uno, ochenta y dos, ochenta y tres...  noventa. Los noventa nos dan que hablar. Porque vamos ¿cuántos años más tienen que pasar para que nos sintamos mal? ¿Noventa? No tenemos tiempo. Noventa años más no podrán pasar. Noventa años más no lo podremos soportar. Así que sólo por ese hecho, por el hecho de no poder soportar el doble de nuestra vida, podríamos decir que estamos muriendo. Y esa idea si que no la podemos soportar. La idea de morir no la puede soportar nadie, ni nosotros, ni nuestros amigos, ni nuestros familiares. La idea de morir no la puede soportar ni Dios, por eso no muere. Ni el demonio, por eso tampoco muere. La idea de la muerte es la idea de que NADA, puede ser nuestro futuro, de que NADA, puede ser todo lo que tenemos. De que NADA es lo que somos y lo que venimos siendo desde que nacemos. Así que de los noventa mejor ni hablar. De los cien hablan muy pocos y de los ciento cincuenta..., ninguno. No vivimos ni ciento cincuenta miserables años.¿Cómo no nos vamos a angustiar?
Pero tenemos alternativas. Muchas. Creer en la reencarnación. Mueres y vuelves a nacer y además no te angustias porque no te acuerdas de nada. Sólo vuelves a ser jóven y bello así porque sí. Si esta no te convence tenemos otras alternativas: Dios. Esta es mejor todavía. Me muero pero porque Dios me quiere a su lado. Nada más y nada menos que a mi. Ja! A ti no. A mi. Ja! Y allí quedaré a su vera entre nubes de algodón, comiendo rico y siendo feliz eternamente al lado de Dios. Ja! Hay otra, espera: el nirvana, me fundo en una luz enceguecedora que me hace sentir todo el amor del mundo reconcentrado en mi corazón y en ese regozijo interno increíble no comparable a nada humano, me revuelco toda la vida.
Son alternativas mucho mas alentadoras que la NADA. Yo dejo la puerta abierta a todas. Tampoco puedo vivir sin NADA.


UN VIEJO PICARÓN


Yo no se si Dios existe o no. Pero de existir, me lo imagino como un viejo sabio y picaron. Jugando a los humanos, jugando a las pasiones, jugando a hacernos creer que todo tiene sentido, jugando a hacernos creer la Biblia entera y doblándose de risa al ver que nos tomamos a pies juntillas semejante alucinación. A veces no estoy segura de si Dios existe o no. Pero de existir debe de estar jugando, no creo que todo esto sea enserio.
  

¿POR QUÉ PUTA TENGO UN GATO?





En este mismo momento está en la pileta de la cocina lamiendo una agüita que quedó en un plato de una pizza a la que le viene cayendo polvo desde hace tres días. Está bien, yo no lavo los platos.



Pero le acabo de poner un platito de leche para gatos, de entre tres y cuatro meses, fortificada, con calcio y tibiecita en su platito de cerámica y él… lamiendo el agüita del plato sucio. Y le digo: Noooo Kaya (así se llama). Noooooo… abaaajooo Kaaaaya.
Y no me entiende.
A un perro le dices una vez. Solo una, que no se suba ahí… y se terminó. El tipo como mucho se tropezará un par de veces, pero entiende. El tipo, entiende. Los perros te miran… y entienden.
Este gato ni me mira. Me le tengo que acercar muuuucho y ponerme muuuuy agresiva para que me mire, y no entienda, pero por lo menos me mire. Y después sale cuando se le da la gana, me pisa el teclado del portátil, me cuelga el ordenador, pega un saltito y se queda tendido en la camita que YO le compré, que YO le tendí con diseñitos de pajaritos y que ahora utiliza para lamerse el culo y pasar de mí todo el día.

La gente debería dividirse entre gatos y perros.


Porque es que a la gente que le gusta los gatos, les gusta tanto, tanto, que parecen abducidos por una secta. Mi gato esto, mi gato lo otro, mi gato es mi hijo, mi gato es mi chamán, como los gatos no hay, yo no puedo ver sufrir a un gato “a un gato sí que no”.
Los perros son “mi perro” y con eso todo el mundo entiende que ESE perro para ESE DUEÑO el lo máximo y el mejor. Es un código que manejamos los que nos gustan los perros. Porque no se si lo comenté, a mi me gustan los perros, no los gatos.

La gente debería dividirse entre gatos y perros

Yo, soy perro. Una frazadita en el suelo y son felices, un huesito y son felices, un mimito y son felices, un no y es no, es sí y es sí. Así da gusto. Para que me lleve la contraria ya tengo a mi jefe. La mascota tiene que tener buen humor. No se puede pasear con cara de hijo de puta todo el día.








Es mi mascota, pero tengo que reconocer que no siento absolutamente ninguna conexión con este animal. Es más. Si alguien quiere un gato solo tiene que pegar el grito y yo le regalo el mío.