- EL MATE.

Amaneció lloviendo la mañana siguiente. El aire estaba muy fresco. Crujiente. La ciudad aún no se había despertado. Era demasiado temprano. Los edificios dormían y de tanto en tanto, las fachadas se veían interrumpidas por algún madrugador medio dormido que caminaba contra su voluntad. Las panaderías recién sacaban su primer pan, los bares recién prendían sus máquinas de café. Las palomas vagabundas todavía no abandonaban los huecos que con tanto esfuerzo habían encontrado la noche anterior. Barcelona estaba tranquila. Los turistas, resacosos de la noche anterior, aún no salían del cobijo temporal de sus hoteles.  
Valentina recorrió el mismo camino que todos los días, sumergida en su mundo y medio dormida.
Abrió la cortina del locutorio, quitó la alarma de seguridad, prendió las luces, encendió las cabinas telefónicas, los ordenadores, abrió la puerta y a esperar.
Puso un Tango, tenía nostalgia de su tierra, Uruguay, un pequeñísimo país al sur de Sudamérica, más al sur te caes al agua. El título del Tango: Cambalache. Que empieza así:
Que el mundo fue y ser una porquería ya lo sé,
en el quinientos seis y en el dos mil también,
que siempre ha habido chorros maquiavelos y estafados
contentos y amargados, varones y dudes pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldad insolente ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcados en un merengue
y en el mismo lodo todos manoseados.
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro, pretencioso estafador,
todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor,
no hay aplastados, ¡qué va a haber!, ni escalafón,
los inmorales nos han igualado,
si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición,
da lo mismo que seas cura, colchonero, rey de bastos,
cara dura o polizón.
Siglo veinte cambalache problemático y febril.
El que no llora no mama y el que no afana es un gil.
Dale no mas, dale que va.
Que allá en el horno sé vamo' a encontrar.
No  pienses mas, sentate a un lao,
que a nadie importa si naciste honra’o.
Si es lo mismo el que labura noche y día como un buey,
que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura,
 no esta afuera de la ley.

Si, no es muy inspirador. Todos los tangos son un poco sádicos y cantados por Julio Sosa, el varón del tango, te dan ganas de arrancarte las venas con los dientes. Pero a Valentina la hacían feliz, era un pedazo de su tierra.
La abuela de Valentina solía escuchar Tango por las mañanas en su pequeña radio Spika. Escuchaba una emisora en la que sólo se escuchaban tangos todo el día. Eso y tomar mate en su pequeña vasija con el abuelo, en la cama, eran su vida y pensándolo bien una linda vida.
El mate es una infusión típica en Uruguay. En una gran semilla de madera ahuecada por un extremo, se coloca la yerba mate hasta un poco más de la mitad. Luego se vuelca la yerba a un lado, se le coloca agua caliente (no hirviendo porque quema la yerba y se le va el gusto) y se espera un poquito a que la yerba hinche. Al rato se le coloca la bombilla, que es como una pajita de plata con un colador en la punta, se entierra en la parte mojada de la yerba, se coloca el agua caliente y se bebe. Bueno, en realidad se chupa. El mate no se “bebe”, se “chupa”.
El agua se conserva en un termo, por lo general de un litro y se va colocando agua en la vasija de a poco hasta que se termina. Se suele tomar en reuniones donde todos los presentes beben de la misma vasija, pero también se puede tomar sólo y tiene algunos rituales: Si hay una ronda de amigos tomando mate, el mate circula hacia la derecha. Sólo hay una persona que ceba (se le dice así a poner el agua en la yerba) y si una persona toma su mate y se lo devuelve a otra persona que no es la que esta cebando, esta persona le da un beso al culo del mate y se la pasa al dueño (al cebador).
El mate no es rico. Es amargo como la gran puta. Y no es un placer. Para quien no tiene la costumbre es casi una tortura. Pero es un ritual. Es difícil de explicar. Es una costumbre. El mate tiene olor a tierra mojada, a toro esperando la nada en el medio de una llanura, a atardecer desesperantemente tranquilo, amargamente solo, inquietantemente quieto. El mate es el extracto de una cultura milonguera, melancólica y sufrida. Es un poquito de candombe, un poquito de tamboril, es sur, es un montón de recuerdos, es compañía y nadie sabe bien por qué se toma. Será porque es tan amargo, que al lado del mate, cualquier amargura de la vida te parece poco.
Los abuelos de Valentina solían tomar mate por la mañana. Por eso para Valentina ese olorcito a yerba mojada por la mañana era muy especial.










Los abuelos de Valentina se llamaban Alterio y Chacha.
Chacha era una joven que creció en Rosario, un pueblo de las afueras de Montevideo, en la ciudad de Colonia del Sacramento, un pueblito con reminiscencias españolas de encanto supremo. Desde la ciudad de Colonia, cruzando “el charco” (el Río de la Plata), se llega a Buenos Aires. Es la principal entrada al país desde la ciudad bonaerense.
María Ángeles, Chacha para la familia, o “mi negra de ojos grandes” para su padre, era la hija del “doctor del pueblo” y siempre vivió, creció y se formó bajo el ala protectora del doctor Asencio Díaz. Los cuentos de la infancia de la abuela Chacha siempre estaban cargados de una magia y una fantasía particular. El padre de Chacha era un doctor por vocación, de esos doctores que atienden a sus pacientes primero y se preocupan por cobrar después. Incluso a veces, si las circunstancias lo requerían, ni siquiera cobraba. Hacía muchos favores, atendía gratis a la gente con menos dinero y siempre recibía, en todas las navidades, regalos de todo el pueblo: vinos, jamones, corderos, relojes, mantelitos bordados, tortas recién horneadas, patos vivos, corderitos muertos, en fin, todo tipo de demostración de cariño. 
Chacha era la hermana mayor de las tres hijas del doctor Díaz y su preferida (según ella). Su “negra de ojos grandes”. No era negra, es sólo que en Uruguay quién sabe por qué se le dice “negro” o “negra” a la gente a la que uno le tiene cariño.
Chacha nunca pudo quitarse de la cabeza el increíble amor y la increíble imagen que ella misma había creado de su propio padre en su cabeza. Por siempre su ideal de hombre, por siempre su amor, por siempre su ideal de perfección había sido y seguiría siendo hasta el final de los tiempos, su adorado padre el doctor Díaz.
En Uruguay se celebran los quince años de todas las mujeres. Se prepara una gran fiesta y las chicas se visten de blanco. Es el despertar a la madurez de la adolescencia.
La fiesta de cumpleaños de quince de Chacha fue la más grande de las tres hermanas. Ella siempre lo repetía y sus hermanas, ya rozando los setenta, cada vez que Chacha contaba esto, se miraban entre ellas recordando con rencor esa terrible diferencia que se había hecho más de cincuenta años atrás.

Un día llegó desde Montevideo, la capital de Uruguay, Alterio Giuliano, el muchacho más atractivo que jamás había pisado Colonia del Sacramento. Estatura media, porte impecable, pelo corto como la época lo dictaba, bigote pegado al labio, mirada fuerte, voz pausada y grave, amable y respetuoso a más no poder. Un encanto de hombre. El partido perfecto.
Alterio, que tenía en aquel momento a todo el pueblo hipnotizado, posó su atención un día en Chacha, en María Ángeles Díaz. Sólo posó su atención, pero ésto para la época ya era más que suficiente para dar pie a la primera salida. Fueron a tomar un té al cafecito más iluminado y conocido del pueblo, a plena luz del día, en plena plaza del pueblo, bajo la retina de Dios y de todos sus hijos cristianos. Y lo peor es que este simple hecho significaba, para la época, matrimonio seguro. Hoy en día ya te puedes acostar la primera noche, medio borracha, con el primer fulano que se te ponga por delante y eso ni siquiera quiere decir que sepas su nombre (una época muy profunda ésta, por cierto).
Pero en la época de Alterio y Chacha, tomar un té significaba ir preparando los planes de boda. Al menos esa era la intención de Chacha, aunque no la de Alterio, que venía de la ciudad, era hombre y tenía dos dedos de frente.
Cuando María Ángeles se dio cuenta de que las intenciones de Alterio no eran “comenzar a la segunda cita a bordar sus sábanas de la primera noche”, se dirigió a su padre que solía arreglarlo todo de una forma casi mágica, como si guardara entre su estetoscopio, sus medicinas, sus vendas y ungüentos, una varita mágica con la que todo solucionaba y con la que todo le concedía. Chacha le suplicó al Doctor Díaz, le rogó llorando, que hiciera algo, que el hombre que ella quería no se le escapara porque rompería su corazón. Su padre vio empañados sus adorados ojos negros y no pudo ni quiso ignorar su petición. Llamó a Alterio una tarde de lluvia desesperada y le dijo: “M’hijo, Chacha es una buena chica, tiene buenos estudios, es de su casa, ella realmente lo quiere. Así que no sea austero y cásese con ella. ¡¡Si hasta toca el piano!!”. Tocar el piano para la época era un símbolo de estatus, de destreza, de sumisión, de gracia y de disciplina. Chacha no sólo tenía estatus, destreza, sumisión, gracia y disciplina, sino que tenía todo eso, con ganas, desde la cuna y por vocación.
Chacha tocaba el piano como los dioses. Sus padres la habían enviado a clases particulares desde que tuvo uso de razón. Recibía clases en su propia casa. Una profesora iba todas las mañanas a enseñarle. Su estilo era metódico, pero perfecto. Claro, en aquella época lo único que había que hacer era tocar el piano, bordar, cocinar y esperar a que los hombres vengan de la pesca, de la caza, del trabajo o de menesteres innombrables.
Chacha tocaba el piano como los dioses decíamos, incluso un día el alcalde del pueblo le pidió que tocara un concierto especial para él, su mujer y todas sus amistades en su casa. Chacha tocó “Para Elisa”. Como no podía ser de otra manera. Bien tocada. No le erró a una tecla. Ni blanca, ni negra. Le salió limpita.

A todo esto, Alterio, un muchacho de orígenes humildes, sin tantos estudios, aunque sí con más sentido común, no pudo decir que “no” ante la presión del “doctor del pueblo”. La presión fue tal, la época, los estratos sociales y su condición humilde, que terminaron pudiendo con el dictado de su corazón. Un órgano al que sólo se escuchaba para ver si latía con normalidad.
Chacha bordó sus propias sábanas para la noche de bodas. Mientras Alterio Giuliano pensaba en las mil y una maneras de “sacarle el cuerpo al bulto”. Chacha también pintó sus propias invitaciones para la boda. En dorado. Una pintura que se logra con una mezcla de polvo dorado y extracto de banana. Las pintó una a una sin perder detalle. Se concentró en absolutamente todas las vueltas de las “M”, todas las vueltas de las “C” y de cada “Q”. Escribió con aquella caligrafía de antes, con estilo, con gracia, con detenimiento, una caligrafía que sólo podía tener lugar en un tiempo en el que había precisamente eso... tiempo.
Chacha escribió uno a uno los nombres de cada uno de los invitados, mientras soñaba con la cúspide de su vida, que sería su matrimonio. Más específicamente la noche de bodas, el traje, la fiesta etc. etc.
¿Qué pasaría luego? ¿Quién lo sabe? ¿Quién piensa en ello? ¿Cuáles serían los resultados de todo aquello? ¿Quién sabe? ¿Quién piensa en ello?
La boda era todo lo que importaba y entre tanto polvo dorado, extracto de banana, bordados meticulosos y piezas de música intachables, no quedaba otra que casarse.

14 de febrero de 1950. El matrimonio fue un éxito.
Las hermanas lloraron, las tías lloraron, el padre y la madre lloraron, Chacha lloró, Alterio... bueno, Alterio lloró también, pero antes de la boda. En el altar hizo lo que pudo, cerró fuerte los puños, dijo a todo que sí y esperó a que el cura le dictara la sentencia:
“Por el poder que la iglesia me confiere, los declaro marido y mujer”.
Se terminó lo que se daba.
En la fiesta tomó suficiente champaña como para perder la conciencia sin perder la compostura. Al final se distendió, bailó y cantó también. 
La fiesta terminó, la boda terminó, terminó el jolgorio, el llanto, el vestido blanco, la torta, el champaña, la presión, la libertad, los ratos con los amigotes, las madrugadas interminables, la ilusión de lo que vendrá... se terminó todo.
¿Si fueron felices? No se sabe, es difícil medir la felicidad. ¿Cómo la medimos? ¿En gramos? ¿Kilómetros? ¿Días? ¿Volumen? ¿Peso?
La felicidad es como un espíritu inquieto, independiente y juguetón que viene y se va cuando le da la gana.
Fue así como de tantos sabores y sin sabores, un día terminaron en la cama, tomando mate a la mañana y escuchando tango en su pequeña radio Spika. Ella pasando el tiempo con su hobby favorito, los crucigramas y jeroglíficos de la revista “Joker”, con su nieta Valentina revoloteando a los pies de la cama. Y él haciendo algunas manualidades increíbles con su nieto Pedro mirándolo fascinado.
Y fue así como transmitieron a Valentina una sensación rara, mezcla de melancolía y angustia, cada vez que sentía el sonido de algún piano intachable, el sabor fresco de la champaña que se toma para olvidar, un día de lluvia desesperada o el olor del polvo dorado con extracto de banana.

En fin, aquella mañana había mate y tango, suficiente como para sentirse como en casa.
Los primeros clientes fueron una pandilla de rumanos - gitanos que solían pasar por el locutorio desde hacía un mes y medio más o menos. Los rumanos - gitanos, como el resto de las culturas del planeta, se dividen claramente en dos grupos. Los rumanos - gitanos buenos y nobles y los rumanos - gitanos delincuentes y de mucho cuidado. Estos eran del segundo grupo.
Todos los días, a todas horas, estaban llamando por teléfono, enviando dinero y haciendo negocios raros. Nadie sabía a qué se dedicaban, parecían todos primos o hermanos. Simona y Miky, así decían que se llamaban, eran marido y mujer o eso decían y mandaban dinero a Rumania a sus niños de tres y cinco años, supuestamente, que vivían, parece ser, con su abuela, decían ellos. Todo en ellos eran suposiciones y si había alguna coincidencia entre sus cuentos y la realidad, ya no lo sabían ni ellos mismos. 
Cristian era el hermano de Simona, un chico muy bien parecido y de vez en cuando venía otro hermano de Simona, Ted, un hombre grandote y gordo con cara de bueno, de bueno picarón, en el caso de que sea una picardía delinquir.
Los rumanos aparecieron otra vez y Valentina tenía dos opciones o tratarlos como a delincuentes, como era la estrategia de la pobre Tuly (la dueña del locutorio), que en definitiva tenía doble trabajo, tratarlos mal y recibir los malos tratos de ellos por tratarlos mal o hacerse su amiga y pasarla bien conociendo otra cultura. Prefirió el segundo camino y los trataba como a celebridades importantísimas. Valentina trataba a todo el mundo como a celebridades importantísimas: ladrones, ex convictos, abogados, dentistas, prostitutas, actrices de películas porno, estudiantes, madres solteras, grandes familias, albanos, pakistaníes, marroquíes, peruanos, uruguayos, argentinos que no querían ser nada más que argentinos, españoles, catalanes, catalanes que no querían ser españoles, españoles que no querían ser europeos, europeos que no querían ser recepcionistas de locutorio y recepcionistas de locutorio que tampoco querían ser recepcionistas de locutorio.
El tema es que los rumanos desde la llegada de Valentina al locutorio, se peinaban más, se bañaban más, se vestían mejor y entraban a un locutorio mugriento de la calle Gran Vía, como si se tratara del Palacio de Buckingham. Es una psicología barata pero funcional, cuando un niño se porta mal, en vez de regañarlo empiezas a decirle que es un excelente niño. El niño ve el buen trato que recibiría si se portara bien y comienza a portarse bien.
Al principio, hartos de los malos tratos que Tuly tenía con ellos, entraban con caras largas y mirando a Valentina con cara de asesinos. Pero Valentina los trataba con una simpatía y respeto extremos como si fuesen honradas amas de casa que vienen a comprar el pan y poco a poco fueron sufriendo una transformación asombrosa en personas amables y pulcras. Delincuentes igual, pero limpitos.
Tenía dos opciones otra vez. O aburrirse como un hongo por el trabajo horrible que tenía que hacer o sumergirse en su propia aventura y fantasía para encontrarle un poco de gracia a la vida. 
Valentina no era la persona más simpática del mundo, tenía su carácter, pero había que verla detrás de aquel mostrador. Se movía como pez en el agua, así se sentía Valentina entre aquel mar de gente que iba y venía de aquí para alla.

- ¿Qué es eso que tomas? - Le preguntó Simona, con su extraño acento.
- Mate. Es de mi país, es como un té.
Inmediatamente se acercaron todos los gitanos - rumanos. Eran como diez y siempre iban todos juntos. Como un clan. No, en realidad era como una constelación, formada por diferentes estrellas que a su vez forman un sólo cuerpo estelar. No, en realidad eran como las moscas, que cuando huelen caca ni se cuestionan, se amontonan unas a otras sin pedir permiso y no se preguntan ni si esta rica o no, sólo comen.
En fin, se acercaban y miraban todos juntos tanto para ver el cadáver de un tipo al que acababan de liquidar, como para ver una monedita de 5 céntimos de euro nuevita, que de tan nuevita que estaba, brillaba con el sol. Eran delincuentes inocentes. Una especie que sólo se ve en las películas de Tarantino. Además, cuando uno hablaba, todos se acercaban inmediatamente y se ponían a hablar, todos juntos y a los gritos.
Valentina imponía respeto, dentro de su simpatía marcaba una barrera bastante gruesa entre el público y ella. Costaba empezar a hablarle. Así que ni bien Simona le dijo la primera palabra, los nueve rumanos – gitanos restantes que la acompañaban se amontonaron alrededor del mostrador todos pegaditos para escuchar la conversación.
- ¡Ma! ¡¡Es una droga!! – dijo Simona refiriéndose al mate y pretendiendo hacer una broma.
- No, parece, pero no lo es Simona ¿A ti te parece que me voy a estar drogando acá en la recepción del locutorio?! – Dijo Valentina también gritando para continuar la broma.
Todos rieron escandalosamente. El hermano le dio una colleja en la parte de atrás de la cabeza a Simona y todos rieron nuevamente. Luego Simona, riendo, repitió la broma:
- ¿No e’ droga e’? ¡¡¡¿E’ como no e’ droga si está como droga?!!!
Y todos rieron de nuevo. Valentina también repitió la broma, no sé, le pareció que era lo que correspondía. 
- ¡¡¡No Simona!!! ¡¿Cómo me voy a estar drogando aquí en la recepción del locutorio?!
Y todos rieron de nuevo como si fuese la primera vez que escuchaban el chiste. Y el hermano de Simona le volvió a palmear la parte de atrás de la cabeza.
Y Simona volvió a repetir su broma.
- ¡¡¡Te ‘stas drogando nel locutorio!!!
Y todos rieron de nuevo.
- ¡No! ¡¡¿Cómo me voy a estar drogando en el locutorio Simona?!!!!!!
Y todos rieron de nuevo.
Empezaba a ser cansino. No sabía hasta cuando se podían pasar así, riendo del mismo chiste, pero tampoco lo quería probar. Se quería “adaptar al grupo” así que ¿quién sabe? ¿Tal vez unas diez veces más?
De pronto uno de ellos entró serio y asustado. Todos se giraron y hablaron en rumano, nerviosos y con tono fuerte. Corrieron hacia las cabinas y se metió uno en cada una. Valentina se asustó.
- ¿¡Qué pasa!?
De pronto vio por la puerta de cristal del locutorio a un patrullero de policía registrándolo todo. Dos policías se bajaron del coche y entraron. Valentina temblaba. Los policías entraron desconfiando de todo. Valentina los esperó parada y con el mate en la mano, para disimular que le temblaban las manos.
Lo primero que vieron los dos hombres fue a una recepcionista con una especie de pipa con hierba adentro a la que le salía humo sin parar. 
- Hola - dijo Valentina con cara de “no hay diez rumanos escondidos en las cabinas huyendo de la ley”.
La primera reacción de los policías después de responder al saludo de Valentina fue:
- ¿Qué es eso?
Valentina rió nerviosa, como comprendiendo el por qué de la pregunta.
- Je, no, es una infusión, es como un té y les mostró la bolsa de hierba que tenía debajo del mostrador. Se le agrega agua y se toma así. No es ninguna droga… - de pronto se sintió una risita incontenible que provenía de una de las cabinas, uno de los policías se dio vuelta y Valentina continuó para distraerle - Mire - y le dio el paquete.
El policía la olió y mirándola con un poco de desconfianza, le preguntó:
- ¿Podemos echar un vistazo al local? 
- Sí, claro, por supuesto - Contestó Valentina pensando que si bien los rumanos les caían simpáticos, no tanto como para encubrirlos de quién sabe qué.
Los policías miraron el interior de las cabinas y todos los rumanos estaban hablando. Valentina tenía un monitor por donde podía ver los números a dónde se llamaba y las cabinas encendidas por las que estaban hablando y sí, todos se habían puesto a hablar al mismo tiempo.
Los policías no pudieron hacer más nada que mirar. No estaban haciendo nada malo. Aunque seguramente lo habían hecho media hora antes.
Se acercaron nuevamente a Valentina y preguntaron:
- ¿Adónde llaman?
Valentina se hizo la distraída y chequeó las cabinas como si no lo supiera.
- A ver... a Rumania..., Rumania..., Rum...., Ru..., ajmmmm, mmm... a Rumania.
- ¿Todos?
Miró de nuevo como si no se hubiese dado cuenta de semejante coincidencia.
- ¿A ver?.... mmmm sip…
Y los miró olímpica como quién no tiene nada que ocultar. Y también con un poco de preocupación para no pasarse de lista.
- ¿Es suyo el locutorio?
- No, yo trabajo aquí.
- ¿De dónde son los dueños?
- De Perú y de Ecuador.
- Vale, si ves algún movimiento raro llámanos - Y dejaron una tarjeta - Estamos buscando a un hombre de Albania – y le mostraron una foto - ¿lo has visto?
Valentina miró con curiosidad la fotografía.
– No, no creo. Aquí viene mucha gente, pero esta cara me parece que no, a no ser que haya venido sólo una vez y no me acuerde, pero no creo que sea cliente habitual, o eso creo.-
- Gracias, si lo llegas a ver, nos llamas por favor.
- Sí, claro.
- Hasta luego.
- Buenas tardes.

El hombre al que buscaban no era de Albania, era de Rumania y era Cristian, que estaba metido en el baño. Valentina temblaba de pies a cabeza. ¿Había encubierto a un delincuente? ¿Por qué?
Tal vez por simpático. Un día Valentina le hizo un favor. Un amigo rumano tenía que alquilar una habitación y como normalmente en España la gente no le quiere rentar habitaciones a rumanos, por la mala fama que se han ganado puro delito, le pidieron a Valentina que llamara por ellos. Valentina tenía la suerte de trabajar en un lugar donde había tantos cubanos, colombianos, uruguayos, rumanos, albanos, ingleses, peruanos, nigerianos y argentinos malos… como buenos. Por eso entendía tanto a Cristian que quería rentar un apartamento, como a quienes, cuando se daban cuenta de que se trataba de alguien de Rumania, cortaban el teléfono. Así que decidió hacerles el favor. Cristian, que además de medio delincuente era muy atractivo, le regaló una caja de bombones a Valentina. Nada caro, sólo una de esas cajitas de cuatro bombones dorados que venden en el supermercado. Pero fue una hermosa galantería.
Valentina ni soñaba con salir a la esquina con un rumano – gitano delincuente. Y Cristian ni soñaba con salir a la esquina con una uruguaya que no fuese ni gitana - ni rumana – ni delincuente. Un amor trunco desde el principio. Pero aquel momento fue una lucecita picaresca perdida en el oscuro firmamento de la cotidiana y opaca rutina.
Quién sabe, habrá sido por los bombones, por lo guapo o por los nervios, pero Valentina lo encubrió y no se sentía muy cómoda con aquella situación. 
La banda salió de sus “cuevas” y fueron enseguida hacia Valentina a pagar sus cuentas y a preguntar qué querían los policías. Valentina contestó:
 - Buscaban a alguien creo.
- ¿A quién?-  preguntaron.
- No lo sé ¿cómo lo voy a saber?
Tenía la intención de caerles lo suficientemente bien como para que la traten con cortesía, pero no tan bien como para decirles que los había encubierto de la policía. Mejor que quedara todo así. De última no era el llanero solitario, era la recepcionista de un locutorio. Aunque tenía que reconocer que le picaba la curiosidad ¿qué habían hecho?

Los rumanos se tomaron su tiempo y se fueron.
- ¡¡¡E' no te endrogue mas Valentina!!! - Gritó Simona.
Todos rieron nuevaente.
- ¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿Cómo me voy a drogar aqui Simona???!!! - Gritó Valentina más que nunca por los nervios.
Los hermanos de Simona le volvieron a propinar una palmada en la cabeza y se fueron riendo.

Valentina tomó un mate y cambió la música. Demasiado tango por hoy.