LA MEMORIA.
- Una de las cosas más difíciles de lograr para el ser humano y a su vez, una de las claves para poder deshacerse de las cadenas que nos atan, es la memoria. Cierra los ojos.
Paula los cerró. Mohammed pellizcó su brazo levemente. Y le preguntó:
- ¿Que he hecho?
- Me has pellizcado el brazo.
- ¿Y cómo lo sabes?
- No sé.
- Cierra los ojos nuevamente.
Tomó el encendedor y tocó su mano con él.
- ¿Qué he hecho?
- No sé, me has tocado con, con... - y buscó en la mesa algún elemento que se le pareciera en la textura – con esta cucharita.
Mohammed rió escandalosamente.
- No, fue con el encendedor, pero no importa. ¿Sabes qué es lo que te hace saber qué es lo que sucede aunque no lo estés viendo? La memoria. Miras el mundo a través de tu memoria y es absolutamente imposible desprenderte de ella ya que nuestra mente está hecha de memoria.
Sabes distinguir el ladrido de un perro y sabes que el perro muerde y sabes que tiene cuatro patas y que no hay de qué temer salvo que esté enojado y sabes todo esto a través de tu memoria. Y sientes el clima en tu piel y sabes más o menos qué hora del día puede ser y que época del año y el brillo del sol y la cantidad de nubes y todo a través de tu memoria. Sientes miedo o rechazo o amor o rencor o te sientes alerta o en confianza y es a través de tu memoria. Y la memoria es a su vez, nuestro peor enemigo a la hora de descubrir lo nuevo, nuevos caminos, nuevas respuestas. Porque la memoria nos habla, nos condiciona, nos da miedo, nos hace digerir cosas que aún no hemos comido. La memoria nos vuelve vagos emocionales y mentales. La memoria nos ciega, nos atrapa, nos encierra.
Ya no podemos sentir como niños, vamos perdiendo la inocencia a medida que crecemos. Vamos llenando nuestra memoria de información y vamos filtrándolo todo a través de esa memoria. No podemos “ver” realmente porque estamos cegados por los recuerdos. No podemos ver lo nuevo como nuevo sino a través del filtro de lo viejo, de nuestra propia memoria.
Si no fuese por la memoria no sería tan difícil cambiar de opinión cuando estamos equivocados, porque no tendríamos que justificarnos frente a nadie. Si no fuese por la memoria no conoceríamos la historia, entonces no tendríamos la sensación de que está todo ya inventado e inventaríamos más. No nos sentiríamos obligados a seguir la moda, tendríamos menos miedo a lo nuevo, porque todo sería permanentemente nuevo. El amor a padres, parejas e hijos se renovaría segundo a segundo y dependería de cada segundo el amar, aquí, en este mismo momento. No sería necesario perdonar, pues no recordaríamos los errores de los demás, ni los nuestros. Viviríamos en una secuencia de eterna oportunidad. No odiaríamos a un amigo que se equivocó, porque olvidaríamos sus errores y le daríamos oportunidades hasta el fin de los tiempos. Las parejas se tendrían que enamorar todos los días como la primera vez, una y otra vez, cada vez, como la primera vez y de no lograrlo, se dejarían sin dolor, porque no se recordarían. Sin la memoria no recordaríamos las oraciones que lavan muchas veces las conciencias de los hipócritas que buscan el perdón de Dios. Amar a Dios sería un manjar que sólo podrían disfrutar las almas más puras puesto que sólo sintiéndolo segundo a segundo alguien podría darle credibilidad a semejante figura. La memoria me hace sentirme exitoso o fracasado, viejo o joven y también a veces contento o triste. La memoria me alerta de los peligros, pero también me acobarda ante lo desconocido, sea bueno o malo. La memoria. Sí. Muy interesante. Es útil por supuesto, pero a veces nos hace actuar como inválidos mentales y emocionales. Recuerda menos Paula y siente más.
EL BIEN Y EL MAL
Lo peor de todo es que si me pongo a pensar en todas las personas que conozco, todas, el cien por cien han hecho daño alguna vez. Chico o grande, queriendo o sin querer. Somos como niñitos experimentando con el bien y el mal. Dos dimensiones que siempre, a lo largo de nuestra vida, están al alcance de nuestra mano, ahí, cerquita. Extiendo una mano y toco el bien. Extiendo la otra y toco el mal. Nos lo ponen cerquita para probarnos, para que dependa de nuestra propia elección, día a día y minuto a minuto el escoger el mal o el escoger el bien. Por eso todos en algún momento, aunque más no sea para ver qué es, hemos probado el mal. Aunque más no sea para variar, aunque más no sea para ejercitar la otra mano, aunque más no sea para probar que podemos, que somos capaces y que si queremos, contamos con ese poder, el poder del mal.
Pero en el día a día y a los ojos del mundo, preferimos escoger el bien. No sé por qué, duele menos. Porque a la larga el mal duele, por un lado o por otro siempre te termina haciendo daño. Esto lo aprendemos desde chiquitos y entonces claro, vamos creciendo y procuramos, sin olvidarlo, escogerlo lo menos posible.
Es que el bien es más caro que el mal, el mal es una ganga, es un todo a cien. Pero el bien no, el bien es caro, demanda más esfuerzo y eso cuesta y hay veces que, cansados de pagar caro, preferimos escoger el más barato, aunque a la larga vaya a salir mal. Porque el medio no existe, no puedes descansar en un punto neutro entre el bien y el mal. O estás de un lado o estás del otro en cada mínimo detalle de la vida. Luego el mal nos vuelve a doler una vez más y vuelta al bien, a la lucha que. Y ahí estamos, porque ni durmiendo te escapas. Es una elección que tenemos que hacer desde que nos levantamos y vamos al baño, hasta que nos lavamos los dientes y nos vamos a dormir. Desde que vamos por un café al bar, hasta que vamos a trabajar, pasando por llamar a un amigo, atender el teléfono, resolver una situación sencilla en el trabajo, subirnos al autobús, caminar por la calle e incluso... e incluso pensar.
Bien o mal, no hay más o menos. O es una cosa o es la otra. ¿De qué lado estar? Ni siquiera se trata de hacer una decisión un día y echarse a vivir. No, es un constante esfuerzo, una constante decisión, cada segundo, cada milésima de segundo, a cada paso, a cada pensamiento, a cada mirada, a cada movimiento, instante, día, hora, época, edad, desde que nacemos, hasta que morimos. O haces bien o haces mal. ¿De que lado estás?
LA VERDAD DEL AGUA.
- Mira el agua ¿Qué ves? Si tomamos un poco de esta agua y la colocamos en un tubo de ensayo, vamos a descubrir que tenemos un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno. Pero si vemos aquí toda esta agua y pensamos en que es la misma agua que podemos ver en Perú y también es la misma agua que podemos ver en Marruecos y si pensamos que nos vamos a Brasil o a Inglaterra o a Nueva Zelanda o a Japón y seguimos viendo la misma agua, entonces, ahora, mira el agua de nuevo y dime ¿Qué es?
Realmente se trata de algo increíble. Es increíble ver a un mundo de gente caminando por los puertos y las playas como si aquella maravilla no existiera. ¿Cómo dos simples moléculas pueden formar un líquido que se mantiene contenido entre continentes y también en las cascadas de las montañas y en los rápidos de los ríos y en los vasos de la gente y en las fábricas y en las calles huyendo por las alcantarillas. Piensa en esa agua congelada en los glaciares y iceberg en tierras remotas y deshabitadas y también en la misma agua flotando por el aire en los días de mucho calor y luego precipitándose nuevamente por los aires hasta despatarrarse sin verguenza por las calles y las playas y en los paraguas de la gente en los días de lluvia y volviéndose a unir con océanos y mares y ríos, como si le doliera permanecer mucho tiempo separada.
Entonces Valentina respondió:
- No lo sé ¿qué es?
Y Mohammed, con la mirada perdida en el agua contestó:
- Una idea. Sólo una idea de nuestro pensamiento puede hacer algo así.
Valentina miró entonces el agua y sintió como un escalofrío más frío que un témpano recorría sus venas sin dejar ni un pedacito de su cuerpo sin erizar. Quedó pálida, helada. Él tenía una respuesta y ella no. Una respuesta que lo explicaba todo y que en algún punto del alma de Valentina era coherente. Había verdad en esa respuesta, al menos nadie le podía decir que no.
Un viento fuerte se levantó de repente. Mohammed se quedó en silencio. Valentina agradeció la pausa. El viento se hizo más y más fuerte. El mundo de pronto parecía más pequeño, debía ser así porque por un momento se diría que podía entrar en su mente. Lo sentía girando en el espacio, lo veía flotando en el universo, lo percibía en el viento, que en ese momento parecía que los quería arrancar del suelo. Como si se hubiese enojado por haberse metido en terrenos que no correspondían. Por tratar de burlar las dimensiones normales de la vida corriente.
Mohammed interrumpió: - Vamos a ese café de allí.
Se levantaron e intentaron caminar pero el viento apenas se los permitía. ¿Qué pasó con el resto de la gente? No lo sé, no lo recuerdo, si me preguntas te diría que salieron volando arrastrados por aquel viento demencial y que sólo Valentina y Mohammed permanecieron en la tierra, luchando contra el viento y tratando de llegar a aquel café.
EL FASTIDIO.
Esta era una noche cálida de esas que hacen correr una brisita buena que mueve apenas las cosas más delicadas.
En el bar no había nadie delicado, todo era concreto y real, así que nada movía aquella noche el aire de aquel lugar. Sólo se podía esperar algún soplo amable de un ventilador de pie medio ruidoso, que lucía orgulloso unas curiosas estalactitas de mugre, polvo y suciedad. Condecoraciones que había venido ganando a puro motor desde que se abrió el bar.
Sería el calor o el bocata de mal sabor. Sería la vida, las hormonas o las estalactitas o quién sabe qué, pero Paula estaba fastidiada.
Es una extraña sensación la del fastidio. Es uno de los pocos estados de ánimo que se retroalimenta. Cuando estas fastidiado el propio fastidio te hace estar más y más fastidiado. Esto fastidia a los demás, que a su vez te rodean fastidiados y eso hace que te fastidies más tú y también que fastidies más a los que has fastidiado antes. Así hasta que alguien o algo explota y ahí zuuum, se te bajan las revoluciones al piso y adiós fastidio. Pero hasta que no se te caiga un vaso al piso y se deshaga en mil pedazos o alguien se ponga a llorar desconsoladamente o se escuche un grito desesperado de agotamiento mental, el fastidio no se va. Ni el tuyo ni el de los demás. El fastidio crece y crece y aunque veas venir el desenlace fatal, nadie lo puede parar. Cuando el fastidio llega a su punto culmine, algo estalla y todo queda en silencio unos segundos hasta que vuelve a la normalidad.
UN GIGANTE EXTRAÑO.
A veces la vida parece como una especie de ser vivo gigante e inteligente que un día se duerme y otro se despierta y un día es amable y otro tirano y de pronto te ama y de pronto te olvida y tanto te da confianza como luego miedo, pero siempre dejándote saber, de alguna manera, que ninguno de sus pasos son en falso, ni mucho menos en vano, como un maestro sabio que entre anécdotas inverosímiles, desafíos sin sentido y bromas de mal gusto, le enseña a su discípulo todo cuanto debe saber, en el preciso momento en que él lo necesita.