La cocina es mi lugar favorito. No sé bien por qué. En la cocina me siento como en casa, esté donde esté.
Esté donde esté los sabores son parecidos, lo olores son más o menos los mismos y puedo enterrarme de cabeza en una cebolla sin hablar a nadie con la maravillosa excusa de estar cocinando.
Cocinar es noble, así que disfrazo mí embriagador egoísmo psicológico, en la opiantemente generosa actitud de “guisar para lo demás”. Como una abuela infinitamente amable que alimenta a un familión sin pedir nada a cambio, pero yo soltera, sin descendencia y cambiándolo por unas monedas de ruín silencio (No me quiero imaginar lo que las abuelas “generosas” cambiarían por un rato de soledad).
En fin, yo, me “sacrifico”.
En la cocina nadie quiere estar, es un lugar donde “se trabaja” y la gente por lo general prefiere “ser servida”. Yo con tal de que me dejes sumergida en mi ya, más que asumido, mundo paralelo, te sirvo lo que quieras.
Para mí la cocina es un asunto serio y te aclaro que no se cocinar. Sólo me enfrento a los elementos y pienso en el paladar. Claro, todo es relativo porque “los elementos” son más o menos "lo que tengo en la nevera". Y “el paladar” es, más o menos, el mío.
Eso sí, si compartes mi nevera y mi paladar, probablemente sea para ti la mejor cocinera del mundo.
A mí me encanta que haya cocineros… perdón, artistas que sepan hacer como postre: burbuja aterciopelada de frambuesa con feto de maracuyá acaramelado y espíritu de limón. Otra cosa es que yo, particularmente, prefiera un chuletón a la pimienta. Una cosa no quita la otra.
En el mundo nos encontramos a Warhol, que puso una lata de sopa arriba de la otra y dijo que era arte (y yo tengo una pila de latas Campbell’s en mi cocina y me encanta) y también nos encontramos la capilla Sixtina, que no digo que sea mejor, pero yo en mi casa no tengo ninguna y si la tuviese, ni la pintaría una arriba de la otra, ni la pintaría en la cocina.
Aunque como te decía antes, la cocina es mi lugar favorito y no sé bien por qué.
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